05 abril, 2012

Para escribir hay que escribir II

¿Qué he hecho desde que nací? Cuántas veces he tratado de responder esta pregunta, yendo a todos los rincones de los engañosos recuerdos que me han apuñalado hasta el punto de querer borrarme. ¿Qué he hecho con mis manos, si realmente no sé para qué sirven? ¿Qué he hecho con mi boca si no he dicho nada que valga la pena? Que yo recuerde mi presencia en la tierra no le ha cambiado la vida a nadie, ni siquiera a mí misma.
         Ninguna persona me recuerda en este momento. Yo recuerdo a 20 personas diarias. Conocidos, no conocidos, da igual, los invento y me los aprendo.
         Solamente vivo si charlo con algún escritor (en su mayoría muertos), hago el amor con algún músico o lloro a cántaros por cualquier huella que deje en mí un director de cine. Así que realmente no he vivido tanto, ni siquiera bastante como para resignarme a morir.
         ¿Qué he hecho desde que nací, entonces, si no he vivido todos los minutos y la mayoría de éstos he estado inerte en alguna parte de un rincón desolado por la lluvia de una estación que no recuerdo? He amado.
         He amado con los ojos, con la boca, con las manos, con la lengua, con mi cabello. He amado con las uñas de los pies y de las manos, con mis cicatrices. He amado con mi estómago y con mis rodillas. He muerto 13,548 veces de amor y 13,540 por amor. Amor a todo, y ahí me quedo estancada haciendo las cosas por puro amor; un amor grande, intenso, redondo, canicular, un amor amarillo que hace que cierres los ojos y que vomites.

No hay comentarios:

Publicar un comentario